Todo

En su pecho anidan dos océanos
Que se le suben al rubio de los ojos
Que se le vierten al borde de la lengua
Que le ahogan de amor todas las noches 
Existe como existen los fareros 
suspendido en lo alto de sus mares,
vigilando que lleguen a buen puerto.
Iluminando sólo, 
sólo,
sólo.
Sin respuesta jamás.
Sin más certeza
que la paz del malecón 
que le confirme
que merece la pena tanto esfuerzo,
tanta noche de vigilia,
tanta ternura de peces,
de amante pertinaz,
como las olas,
rompiéndose 
contra la esperanza de la orilla. 







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