Como matar un gato

 Todo lo haré por ti, incluso desquererte. Para que no te incomode mi cariño me sacaré del pecho este amor mío que tanto te molesta, pagaré a un experto cirujano. Traté de hacerlo yo, pero me cuesta, porque es tan bonito y tan salvaje, es como un guepardo pequeñito, es capaz de todo, salta, ríe, se rebela. Es el primero y seguramente el último amor así que vaya a conocer y pasarle las manos por el lomo, rascarle la garganta, mirarle a los ojos amarillos, tan ingenuos que creyeron que era posible la alegria, que estaban dispuestos a la guerra, a la paz, al complot y a la victoria… Pasarle las manos a ese cuello cálido, suave, de mi amor guepardo, y mirar para otro lado y oír el ¡Crack! Y dejarlo caer, muerto como un conejo muerto… ¡Ay! Me cuesta tanto, que tengo que pagar a un matarife.  

Pero todo lo haré, por mi, por no caminar esta tristeza de elefante. Por tí, por no cargarte con este peso muerto. Así que tengo que cambiarte el nombre, llevarte lejos, lejos, donde no haya nada. Que pasen días, semanas, meses, años… Hasta que no quede resto de las ganas de besarte en la boca en las mañanas, de acariciarte el pecho por la tarde, de temblar si sonríes, de sonreír si me llamas, de sufrir cuando sufres, de entregarte mi calma. Y quedarnos ahí, en ese sitio absurdo donde dará igual que pase con nosotros, donde seas cosa intercambiable y me olvide de ti al primer destello de alegría que no será gueparda ni salvaje pero será posible por un rato. Y ni dolerá, y no hará tanta sangre, y no te agobiará y no me pondrá triste. 

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