Cinco

Cinco es, a todas luces, un número excesivo de gatos. Tres es la cifra ideal. Pueden aliarse y enfrentarse, ignorarse, delegar en otro el juego, dormir, buscarte, jugar al hijo único. Uno solo es una crueldad. Dos es transitable pero escasa. Cuatro ya se convierte en un problema. Pero cinco… Cinco es una barbaridad innecesaria. Lo pienso cada noche, intentando acariciar los cinco lomos, las cinto cabezas, atender a los diez ojos amarillos que me ronronean en un coro de cinco voces. En la noche los distingo por el tono, por el peso cuando me caminan por la espalda, el tacto, el tamaño de las cabezas. 

Quèfas es el macho dominante y me ama. Me quiere como nadie me ha querido. Es incapaz de vivir sin mi presencia y es celoso si me prodigo en afecto con los otros. Entonces se aparta un momento, concediéndoles un tiempo calculado para recibir las caricias que son suyas. Mira con desprecio, me vigila,, cuando asume que ha sido demasiado, les muerde las corvas con inquina para que me dejen a su disposición y entonces vuelve, victorioso, ronroneador, con los ojos entornados del placer de la embestida de su frente contra mi barbilla, buscando el cuello, tan cerca que parece que quisiera atravesar la piel, quedarse dentro. Me rodea con las patas, me acaricia él a mí, como si yo fuera la mascota predilecta de este gato. Cuando duermo, Aníbal y Quèfas guardan mi sueño, como dos esfinges antiguas. Sentados a cada lado de la almohada, vigilando mi cabeza. Sobre el pecho va Malgrat,  Zaura, la reina azul. Tiene cabeza de leona antigua. A los pies van las más jóvenes. Alguna vez alguna sube a los costados, buscando el calor, las manos.  Cinco gatos es un número excesivo. Me molesta caminar por los pasillos vigilando patas, lomos, rabos.  Tiran objetos, rompen cosas, matan plantas. Me consuelo porque al menos no maúllan. Me consuelo porque al menos no me arañan. Son todos dulcísimos y amables. Pero piden cariños todo el rato. Y les aparto y me agobio y me repito: Cinco gatos es una barbaridad. Es demasiado. 

Así que a veces me tumbo en la cama, mirando a los cinco rostros que me miran, embriagados de una felicidad simple y sincera, solo porque estoy ahí, cercana, a mano, horizonte y accesible a sus cabezas, y mi cuerpo es su parque de atracciones y se meten por debajo de mis piernas, se me tumban en el vientre, en la axila, me lame los pies, me hacen cosquillas… Y es que cinco es un número excesivo pero no puedo separarme de ninguno. No puedo elegir al que no quiero. Y me quieren tanto, tanto, tanto.. En estos tiempos ratos de intereses, de amistades a medias, de silencios extraños… Que cinco puede ser un número de excesivo, pero no tengo tan claro que de gatos.

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