Amputación

Era, más que un regalo, una ofrenda. Una criatura pequeña y nueva, suave, alegre, todo futuro en sus ojos milenarios. Tresmil años de cuidado, de elegir minuciosamente cada elemento que lo componía, parido entre mis manos, criado entre los pechos. Lo entregué con ilusión y temblores, pero sin titubeos. Di instrucciones precisas de cómo cuidarlo, de cómo hacerlo crecer grande, fuerte, independiente, magnífico. No era una cosa delicada, era sano y duro. Que coma bien, que no se aburra, acarícialo de vez en cuando, que no se haga daño. 


Pero los hombres no escuchan. No hacen caso. 

Se aburrió y estaba solo, se tiró por la ventana. A los tres meses de dolor y frustraciones hubo que cortar por lo sano. Y ahora el gato y mi amor hemos quedado cojitos, renqueantes, amputados ya para siempre, con una falta que se quedará toda la vida, una cicatriz larga que lamer los domingos por la tarde, cuando ya olvidemos qué era aquello que nos falta.  Alguna vez dolerá el miembro fantasma. 

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